Sonidos asistió al festival que puede significar un nuevo punto de partida para los conciertos internacionales, en beneficio de tod@s.  Una crónica por Camilo Riveros V.

El Festival de los 7 mares es, probablemente, una de las primeras experiencias de éxito en organización de festivales bajo lógicas diferentes a las que se han venido usando en el Perú.

En nuestras coberturas de los preparativos planteábamos que la importancia del F7M estaba en que era un ensayo de co producción entre empresa privada y gobierno local.

La Municipalidad Metropolitana de Lima brindó espacios y supervisión técnica para la implementación de una de las puestas en escena más ambiciosas que se hayan visto por aquí, por ahora, realizada por Cernícalo Producciones.

Más de doce horas de música, casi ininterrumpidamente. Un equipo profesional de técnicos-artistas (stage manager, técnicos de escenario, sonidistas, luminotécnicos, camarógrafos, VJs, coordinadores) quienes junto a los equipos de cada banda realizaron cambios de escenario logrando que se cumplan los horarios casi perfectamente. Si la «hora peruana» se mantiene, será por negligencia de los involucrados, pero aquí, al igual que cada vez más eventos, se logra mostrar que algunas cosas pueden ser diferentes.

Llegamos al Parque de la exposición a la 1 de la tarde, pensando que el ingreso se habría iniciado al mediodía.  Batuke Changó iniciaba su presentación ante quienes esperaban en la cola. Ingresaron al parque, que se veía reducido ante el gran escenario instalado frente al teatro La Cabaña.

Desde un principio se mostró el aspecto técnico que marcaría la pauta a lo largo de la jornada. Se habían instalado cinco pantallas gigantes. Además de las pantallas laterales usuales en este tipo de conciertos, la pantalla de fondo tenía una propuesta gráfica diferente para cada banda, además de una pantalla horizontal a modo de telón entre banda y banda, con imágenes del mar realizadas por el videasta Javier Corcuera; y tal vez lo más importante: una pantalla gigante atrás de la consola, como para que los asistentes de atrás puedan ver. Con esto el F7M estaba dando incluso más de lo que suele dar cualquier mega concierto internacional a su público.

El festival estaría dividido en dos tipos de presentaciones. Por un lado las agrupaciones musicales en formatos de bandas y orquestas, y por otro lado las de danza contemporánea, experimentación, DJs y MC. Así mientras las agrupaciones de formatos grandes se instalaban, los formatos pequeños se presentaban ante el público.

Inició el uso del escenario Tribal, la agrupación liderada por Manongo Mujica en la batería, con la voz de Pepita García Miró, organizadora del evento. Las trepidantes percusiones de Marcos Mosquera, Daniel Mujica y Gabriel Mujica, así como complejas melodías, muchas de ellas al unísono entre la voz de Pepita y el violín de Pauchi Sasaki, sorprendían gratamente a los primeros asistentes. El groove del contrabajo de Carlos Betancourt y los matices jazz progresivos de la guitarra de Andrés Prado, permitían que cada instrumento se explayara lúdicamente. La calidad de los instrumentistas y los temas, quedaba casi oculta ante el aspecto festivo casi ritual.

La presentación de Tony Tonazo y Pulso Danza sorprendió a quienes rara vez tiene la oportunidad de apreciar un espectáculo de danza contemporánea. A partir del uso indistinto de extremidades y juegos con el reverso del vestuario de las bailarinas, lograban generar imágenes oníricas. Una presentación breve pero precisa.

Kanaku y el Tigre dio una presentación algo accidentada por una confusión en los planos de los instrumentos en el sonido de sala, que se solucionó a la tercera canción. Los temas acústicos con pulcros arreglos instrumentales y vocales, donde los únicos instrumentos convencionales eran la guitarra de Bruno Bellatin y los vientos de Manuel Loli y Fernando Gonzales (pues el uso de xilófono, banjo, charango y ukulele de David Chang; el contrabajo de Noel Marambio, o tocar batería con plumillas como hizo Marcial Rey son elementos no suele verse regularmente) fueron disfrutados por el público, mucho del cual había asistido a verlos y otros para los cuales parecían resultar por lo menos agradables. El único detalle fue que su vocalista, acordeonista y ejecutante de kazoo y armónica, Nico Saba, parecía estar tan avergonzado de estar ahí “siendo una banda pequeña que nadie conoce” que no caía en cuenta que tenía al público a su favor y que en la cancha se demuestra que eso no importa. Y no importó, se disfrutó.

Siguió una de las sorpresas de la jornada que fue la presentación de un ensamble experimental liderado por Pauchi Sasaki, integrado por ella junto a tres percusionistas que tocaban baldes contra los micrófonos, de los cuales uno resultó ser la violinista Jennifer Curtis (A quien pudimos apreciar en MURU: Fuerza de lo inevitable) quien realizó un tema a dos violines con Pauchi y las dos percusiones.

El único detalle fue que este era un conjunto que, al necesitar varios micrófonos, tal vez  no dejaba la cancha libre para instalar tan rápido lo que vendría a continuación.

Sabor y Control fue una de las bandas más celebradas de la jornada, de una manera totalmente merecida. La salsa dura, la de la escuela de la Fania, que es disfrutada por conocedores y amateurs, levantó a todo el mundo para hacerlo bailar.  La alegría de la gente era compartida por el público entrando en un divertido diálogo de miradas, saludos, movimientos y la intensa descarga de tumbas, bongoes-cencerro, timbaletas-platillos, bajo, teclado, saxofón tenor, saxofón alto, dos poderosos trombones, huiro y dos voces en constante juego armónico, en la mejor escuela del son. Un combo de primera línea que seguramente le hizo preguntarse a toda la gente que trabaja en los alrededores del parque ¿Por qué no han escuchado esas canciones en la radio? Dejaron al público pidiendo más.

A continuación la propuesta de cumbia electrónica de Elegante y La Imperial, resultaba un marco ideal para que la gente circulara mientras podía hacerlo. Si bien alguna gente bailaba con la cumbia emitida por el DJ, se aprovechó para tomar fuerzas ante lo que venía.

La presentación de Totó La Momposina fue casi una ofrenda a la ciudad de parte del festival y una muy grata sorpresa para quienes habían asistido temprano. Ni siquiera quienes la habíamos escuchado en internet nos imaginábamos lo que habría de acontecer.

Asistimos a una clase maestra, con tantos aires de respeto como de fiesta, donde se nos explicó someramente el aporte de las culturas africanas en los diversos tipos de tambores y los patrones rítmicos, la de los indígenas en los aerófonos como las gaitas colombianas, el aporte hispánico en las cuerdas como el tiple o la guitarra, así como lo contemporáneo en el bajo eléctrico. La voz de Totó evocaba tradiciones para casi todos desconocidas, pero no por ello menos disfrutadas. La complejidad rítmica, armónica y melódica de los instrumentistas, la sorpresa de escuchar instrumentos que muchos no habíamos visto en vivo jamás y el carisma juguetón de una señora que nos trató como sus nietos, dándonos de comer una nutritiva muestra de sus culturas.

Además, como regalo, la banda interpretó una intensa versión del Toro Mata, que es un género musical afroperuano, cuya versión más conocida es la interpretada por Celia Cruz, que evoca al entrañable maestro Eusebio Sirio “Pititi”. La complejidad rítmica del Toro Mata agarró un poco desprevenida a Totó, pero seguramente a nosotros nos pasaría lo mismo de intentar participar en un Chandé.

La destreza de los instrumentistas, el carisma y voz de Totó, así como el factor sorpresa de ser conocida sólo como “la otra señora que canta en el video de Calle 13”  pero ser muchísimo más, llevaron a que este fuera uno de los puntos cumbres de la jornada (si no el más alto) Quien primero dudó, ahora estaba bailando o al menos escuchando.

Particularmente difícil la tarea de Loko Bonó de continuar a tremenda clase de músicas tradicionales colombianas con alta espectacularidad musical y escénica.

El Dj, guitarrista y vocalista, se presentó junto al MC Black Joker, ambos miembros de Olaya Sound System. Buscaron que su presentación no fuera un intermedio, si no un espectáculo en sí mismo.  Afrontaron la tarea con una decisión inteligente, (re)presentar a quienes no estaban ahí, pero bien podían estarlo: Los Shapis, La Torita V.I.C, Menores de Edad, El Paso, Deltatrón remixeando a Los Chapillacs, temas del colectivo Terror Negro y como cierre uno de los nuevos temas de los grandes ausentes de la noche para muchos asistentes: La Mente.

El detalle en este caso fue que es un poco arriesgado improvisar ante varios miles de personas manteniendo tópicos comunes, tal vez hubiera sido más efectivo preparar líricas especiales. Por otro lado, el hacer dub basándose en las ecualizaciones de una pista stereo, antes que en las pistas de los instrumentos, puede hacer que para el público suene raro. Lo que funciona en un local pequeño de madrugada, no funciona de la misma manera en el campo abierto ante varias miles de personas. Personalmente me gustó su presentación, con varios tipos de afirmaciones implícitas sobre la variedad de los circuitos locales, pero a otros no sé si tanto.

Para ese momento, los límites del espacio  y de los hábitos del públicose comenzaban a sentir. Lamentablemente no tenemos hábito de convivir en conciertos y el público muchas veces actúa como si estuviera haciendo cola para el escenario.

El libre tránsito se hizo complicado y las colas comenzaban a crecer amenazadoramente, tanto en los baños como en el muy bien surtido campo ferial de comidas del mundo, en donde la gente decidía en cuál de todos los puestos hacer su inversión, pues difícilmente alguien pasaría por esa cola dos veces.

La presentación de Bareto agarró desprevenidos a quienes conocieron a la banda durante el bombardeo mediático de su disco cumbia, pero hizo varios guiños de complicidad a quienes los conocieron en sus inicios. Sin camisas de colores, con capucha y casi mohicano, desplegaron un set estratégico y muy bien pensado. Canciones nuevas matizadas con canciones de sus discos Boleto y Cumbia.

Los Bareto dieron una presentación canchera,  ya acostumbrados a este tipo de escenarios. La gran diferencia estuvo en que, ya habiendo logrado la mayor exposición mediática que parece ser posible en el Perú, ahora se dedican a tocar temas sociales vigentes, como manifestarse contra la contaminación o contra la corrupción de policías y políticos tradicionales.

Como para hacer más intensa su participación en este festival, invitaron a Lucho Quequezana a tocar quena y charango en dos temas; así como a Bruno Macher, líder de Sabor y Control, el cual fue recibido con los fuertes  aplausos ganados en la participación de su orquesta en pleno.

Bareto hizo una presentación, rápida y efectiva, que presentó al gran público parte de la nueva ruta de la banda. Anunciaron la presentación de su disco Camaleón de manera gratuita en el Anfiteatro del Parque de la Exposición.

A continuación siguió una de las propuestas de “intermedios” más sólidas de la noche. Con una base de electrónica orientada hacia el  house y matizada por pistas de voces, percusiones y demás instrumentos de los músicos de Nova Lima, Coba Coba Sound System logró poner a bailar al público sacando lo afro de sus entrañas. Una propuesta sólida, certera y ordenada que demuestra que no en vano sus integrantes actualmente son parte de una de las agrupaciones peruanas que más ha logrado a nivel internacional. Tal vez pudieron explotar un poco más los recursos audiovisuales.

La presentación de La Sarita, era esperada por buena parte del público.

La propuesta de la banda ha pasado por una fuerte evolución, en la cual una base de rock, compuesta por la batería de Carlos Claro, percusión de Dante Oliveros, bajo de Renato Briones,  guitarra de Martín Choy y teclado de Paul Paredes, dan soporte a tres desarrollos escénicos y musicales paralelos. Por un lado la interacción con el público de parte de Julio Pérez, por otro lado a los maestros Marino Marcacuzco en el violín y Raúl Curo en arpa,  y por otro el impresionante despliegue de representaciones e identidades étnicas andinas y amazónicas.

Como banda de rock, La Sarita  busca continuamente trascender sus propios límites y lo ha logrado al decidir reivindicar y aprender de las tradiciones musicales del Perú. Al igual que el impresionante marco instrumental de Totó La Momposina, al espectáculo de La Sarita lo potencia el peso de la historia.

Incorporan tres elementos; por un lado Ayarachis tocando antaras, es decir evocación y continuidad con las tradiciones del altiplano, ejecutando la versión más grande de la familia del siku o zampoña; por otro lado invitan a Demer Ramírez Nunta, instrumentista Shipibo Conibo de la comunidad de Cantagallo a tocar flauta y afirmarse en escena, representando a los pueblos originarios de la amazonía; y finalmente a los danzaqs Rey Ulises y Vengador de Huancavelica, así como a Qaqa Ñiti y Encanto de Puquio de Ayacucho. La danza de tijeras, continuidad desde del Taki Onqoy o canto-danza de la enfermedad (Cuando danzantes-sacerdotes fueron “poseídos”  por la energía de las huacas y realizaron la primera insurrección contra la invasión hispánica en este continente) es la danza tradicional peruana de rastros más antiguos, así como de intensa vigencia y reinvención, a la que este proyecto aporta.

Dentro de estos tres procesos escénicos-musicales el más logrado me parece que es el desarrollado con los danzantes de tijeras, puesto que la síntesis musical en la ejecución de la melodía tradicional con instrumentos contemporáneos trasciende los límites del rock y agrega otra intensidad a la danza.

Hasta la fecha, ninguna agrupación peruana ha logrado superar esa evocación histórica como recurso escénico. La búsqueda musical que esto implica, probablemente seguirá dando beneficios a La Sarita y a su público.

A continuación, ya con los pies dormidos, la cerveza agotada y la gente apretujándose, entraron en escena los muchachos de Dengue Dengue Dengue con su propuesta de cumbia electrónica, la cual funcionó muy bien con sus máscaras y el trabajo audiovisual en la pantalla horizontal que servía de telón a los DJs e intermedios.

La ejecución de una mezcla del tema del video juego Mario Bros en cumbia electrónica, divirtió a los asistentes. Para ese momento, ya La Ventura se estaba instalando en escenario e incluso el bajista Gambeat probó su instrumento acompañando las cumbias de esta dupla de DJs.

Ya con todo listo, empezó la parte más esperada del Festival. La emotiva y efectiva presentación de La Ventura, una banda compuesta por Madji y Gambeat, parte de Radio Bemba; y Garbanzito, integrante de Mano Negra y Les Casse Pieds; además de Manu Chao. Un ensamble de lujo que daría una clase a su manera.

A ver amig@s músic@s ¿Cómo se hilvanan canciones sin parar en un  espectáculo de más de dos horas? En este caso se tiene una intensa base de ska punk, en la que se usa el reggae y las transiciones con sampleos para descanzar y un poco de hardcore para despertar, saltar y que nadie se olvide que estos músicos aprendieron a tocar en el metro y en squats.

Apreciamos un espectáculo completamente coreografiado y coordinado, para que no se detenga nunca hasta terminar exhaustos. Desde las 10:30am hasta pasada la 1:00pm, La Ventura nos dio con todo lo que pudo.

Los saltos, golpes de micrófono en el pecho y los llamados a cantar eran respondidos por un público fragmentado y dividido.  Quienes fueron para escuchar los hits radiales o quienes performan la anacrónica actitud  de lo que venden como hippie, se encontraron con una banda de ska-punk-reggae que traía un mensaje de energía, fiesta y consciencia, que sería celebrado por quienes sabían y esperaban lo que iban a ver.

El único descanso que se dio la banda esa noche, fue para presentar a representantes de Cajamarca que se manifestaron de una manera breve y concisa, más no por ello menos sentida, ante un público que oscilaba entre la convicción y la indiferencia, hasta incluso la animadversión

Queremos música!” decían los que creen que la indiferencia no es una posición política.

 “Cállate ignorante!” respondían aquellos que por lo menos escuchan las letras de los artistas que tenían ante ellos.

El incidente no pasó desapercibido por la banda, como tampoco lo fueron las muchas muestras de afecto de los asistentes, que tiraban discos al escenario, o hasta mostraban polos de bandas “sólo para conocedores” como Hot Pants, antigua banda rockabilly española de Manu.

Mientras tanto, el equipo de Sonidos.pe atravesaba el mar de gente constatando que eran realmente pocos los que sabían cómo experimentar un concierto. El no permitir que la gente avance por temor a que le quiten el sitio o las caras asustadas ante un pogo festivo pero inocente son un absurdo en una celebración como esta.

La trepidante presentación de una de las bandas más sólidas que hayamos podido apreciar, no dejó indiferente a nadie. Pero puso en evidencia nuestras diferencias. No es suficiente escuchar la misma música y al público masivo parece que no le interesa lo que dice la música ni cómo vivir la experiencia ritual que constituye un concierto (tal como nos dijera Bjork, “esto no es un DVD”) Nos queda mucho por aprender. Esta fue una buena oportunidad.

La Ventura dejó satisfecho a un público diverso, que vivía por vez primera una experiencia similar en este lugar. Tanto a los que buscaban escuchar los hits abrazados de su pareja y decirles “me gustas tú”, como a los que buscaban la fiesta catártica, el sanarse de las cosas que pueden hacer de esta una “mala vida”.

Tanto neófitos como conocedores apasionados disfrutaron de un espectáculo que siempre dio más, que regresó varias veces y que realmente esperamos que no pasen 12 años para volverlo a ver, escuchar, sentir.

El primer set de La Ventura incluyó: Mr. Bobby, A Cosa, Bienvenida a Tijuana, El Viento, Se Fuerza la Máquina, Día Luna… Día Pena, Señor Matanza, Tadibobeira, Clandestino, La Vida Tómbola, La Primavera, Me Gustas, Bongo Bong, El Dorado 1997, Rainin In Paradize, Mi Vida, King Kong Five, Politik Kills, Machine Gun, L’Hiver Est Là.

Luego el primer encore o regreso incluyó: El Hoyo, Pinocchio (Viaggio In Groppa Al Tonno), Minha Galera, Tadibobeira, luego se retiró y regresó nuevamente para tocar Desaparecido, Rumba de Barcelona, La Despedida, Mentira, La Vacaloca, Hamburger Fields y luego de tomar un respiro terminaría la noche con los temas emblemáticos Mala Vida y Sidi H’ Bibi, ambos de Mano Negra.

Sin luchas no hay victorias

El primer gran aporte de este festival, es que demuestra nuevamente que es posible el uso de espacios públicos para eventos masivos.

Ahora corresponde a la ciudadanía organizarse para diseñar eventos factibles a diversas escalas. Se agradece el esfuerzo y se toma el ejemplo. Es necesario tener en claro que estos espacios son nuestros, cuidarlos, usarlos y proponer nuevas formas para su uso. Eso nos sirve a tod@s, al margen de las músicas que escuchemos.

El otro gran punto de quiebre es demostrar que es posible realizar este tipo de festivales con un área única. Sin fragmentaciones en zonas, este festival logró copar su aforo y mantener altos estándares logísticos, musicales y organizativos.

Además hay un razonamiento lógico, por oferta y demanda, precios más bajos, más cantidad de entradas vendidas. Esta experiencia puede cambiar las reglas de juego de los festivales internacionales en el Perú.

Es necesario destacar la organización en escenario, que incluyó al  personal técnico local adecuado y permitió darle  a las bandas peruanas las mismas condiciones técnicas que los extranjeros. Toda una lección.

Si bien, estos son logros que aportan a los circuitos musicales en pequeña, mediana y gran escala, es necesario precisar algunos detalles que van más allá.

El tener que atender a 10 mil personas fue demasiado para la caja de venta con 3 señoras encargadas para todos. Para algunos los precios fueron altos, fueron no de carretilla, si no de restaurante.

El público peruano no sabe comportarse ni convivir en un concierto y, por ahora, no se me ocurre una manera de que puedan ir aprendiendo a interactuar sanamente en este contexto.

Un elemento clave de los conciertos y de todo contexto ritual es que no se trata de condiciones normales o cotidianas, no aplican las mismas reglas, tabúes o normas del día a día; la competencia por tener el mejor sitio no es necesaria si las personas pueden transitar. Y si te vas frente al escenario, ahí está la olla, donde está el pogo y la catarsis. Ir a un concierto es como ir a una fiesta, no un competencia por quién está más cerca del artista y cómo mantener la comodidad a la que cada uno está acostumbrado en su hogar o sentándose en un bar. Es otro tipo de experiencia.

Damas y caballeros, ir a un concierto y esperar que la gente no salte, no grite, no impacte sus cuerpos, es como intentar jugar futbol y nunca tocar la pelota, o decir que se hace natación sin meterse al agua. Relájense, disfruten y protéjanse.

Un detalle importante, definitivamente a mejorar, es la seguridad en el recinto respecto a robos. Me consta ver a dos personas con ropa deportiva y muchas cicatrices atravesar el público con carteras de mujer en la mano. En medio del tumulto no había mucho por hacer, pero eso no quita que todos tengamos más cuidado.

Por otro lado, a pesar de la convocatoria a dejar donaciones para los damnificados del desborde del río Huaycoloro y el incendio de Ancón, no se dio prioridad a esta recolección y nunca encontramos dónde dejar las donaciones que habíamos llevado. En ese mismo sentido, es importante recordar que tener a señoras limpiando no hace un festival ecológico y sinceramente nos preguntamos ¿Cómo habrá quedado el parque después del festival?  Una alternativa para futuras oportunidades puede estar en concientizar al público acerca de cómo desechar los residuos de lo que consuman.

Esa situación de ir a un concierto con cierto contenido ecológico y no tener cuidado por el espacio donde se está o el de ir a escuchar a un artista con un abierto discurso contra la contaminación minera y no escucharlo mientras se manifiesta al respecto, pone en evidencia que los contenidos no siempre llegan a buena parte del público y que en buena parte se asiste sólo por moda, no porque se sepa qué se va a ver. En todo caso, ya habiendo disfrutado de la experiencia, se espera que aprendamos algo.

A nivel estético, este festival fue una experiencia intensa y valiosa gracias a la impecable ejecución de los artistas, así como de las labores técnicas ya mencionadas. Particular atención se prestó el aspecto audiovisual, superando a varios conciertos internacionales. Todos los participantes dieron lo mejor de sí y el público, tanto nacional, como extranjero en gran cantidad, tuvo una experiencia única en el Perú. De cierta extraña manera, esta fue nuestra primera vez.

Muchas gracias a 3 puntos por las facilidades para la cobertura. A Cernícalo por la ardua labor y a la Municipalidad Metropolitana de Lima por colaborar con un nuevo punto de partida. Queremos más.

Crónica por Camilo Riveros Vásquez

Puedes ver las fotos de esta jornada aquí, por Patricia López Cabrera.

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